Ante mí, en la lenguaraz redacción del periódico, inmóvil sobre mi mesa, la gélida estepa siberiana de un implacable folio en blanco me contempla, reflejándose en la negra pantalla del monitor en standby del ordenador. Yo con las manos en la nuca, como un prisionero, mirando al techo desde el asiento de mi silla ergonómica ya discapacitada, a esperar que me hable (el techo): mi trabajo. Rey, Julio. Destilar por el alambique inconveniente de la sátira la noticia del día, es el primer paso. Crear el concepto de una viñeta de opinión, un editorial cartoon, en acertada definición anglosajona, es el segundo y un arriesgado paseo sin excentricidades por una línea de alambre, fronteriza entre la mueca convexa de mimo triste con semblante de Buster Keaton o la desbocada risotada cóncava y afónica de un Harpo Marx que “no es que fuera mudo, si no que no tenía nada que decir” en traducción libre del “moc, moc” de su bocina, revelada en la “parte contratante de la primera parte” mecanografiada en papel timbrado y omitida sin contemplaciones, mientras perfilaba su bigote con betún, por Groucho.
Gallego y Rey seguimos teniendo cosas que decir (o que dibujar) no hemos enmudecido en treinta y cinco años, más de tres decenios que ya han comprobado cómo cuatro presidentes de Gobierno se iban pareciendo, legislatura a legislatura, a su caricatura. Rajoy, Mariano; Trump; Espe; Isabel II; Putin; Gallardón; Hugo Chavez; Chaves, Manuel; Lady Di; Cascos, Álvarez; Bono, José; Del Bosque; Montoro; Zp; Florentino; Soraya; Messi; Sánchez y Susana; CR7; Letizia, Doña; Puigdemont; Aznar, José María; Bárcenas, Pujol, Rato, Correa, El bigotes… Bueno y todos esos. Artesanía. Placa radiográfica socarrona que caza al vuelo la mirada huidiza de adentro. Infalible retrato robot del seis y el cuatro, moldeadas caras de irónicos retratos, herederos de los divertimentos exagerados de Da Vinci y las togas arrogantes puestas en solfa por la rebeldía sorda de Honoré Daumier. Caricatura. Gallego, José.
La tinta Winsor and Newton con reflejos de azabache, pide a gritos desde su tintero descorchado un buchito de agua “por tu padre”, para poder resbalar a su gusto por el tobogán de la plumilla Guillot “tres cero tres” hasta el papel, abstrayéndose de su rutina de políticos, divos del balompié, “societes” y “royals” envueltos en brillos cegadores y triviales de hueco y frívolo couche. La ONCE al rescate.
Primero fue el encargo de un manual para “los que vemos”, que nos guiara, sirviéndose del humor, por el diferente mundo de aquellos que “solo porque carezcan del uso de sus ojos no significa que carezcan de visión” que nos ha dejado dicho Stevie Wonder. “¡Ojo!”. Viñetas cómplices, limpias de polvo y paja transitando por la normalidad de la diferencia: charcos que no suponen obstáculos de la mano del visionario Colón o espermatozoides ciegos que no pierden la puntería, afinada por su óvulo guía. Un reto creativo que nos supuso un desahogo y, ¡ojo!, por encima de todo, una impresión de orgulloso deber cumplido, de sentir que nuestro trabajo se “había hecho mayor”, de ser algo más que un afán “estrafalario”, como lo definió el añorado magistral de todos aquellos que transitamos entre viñetas, Antonio Mingote. De ser públicamente útiles. Rotundo sentimiento de satisfacción, parejo al que en ocasiones se materializa cuando algún esporádico pleno dibujado consigue arrancar generosas sonrisas.
A nuestro lado, esperando también el beneplácito de la figura verde del semáforo, puede estar cualquier día alguien que no puede verlo. Podría escuchar el pip, pip, pip, la señal audio de “cruce”, pero ¿y si tampoco? En España, el número de personas sordociegas ronda las 6.000, un bastón blanco y rojo, “como la camiseta de Wally”, los distingue. El bastón Wally, la nota estándar de solicitud de ayuda que nos muestran y un halo de voluntad inquebrantable que los corona y distingue. ¡Ojo!... ¿Oído?, el segundo encargo de la ONCE de un manual para “los que vemos”, ha sido nuestra segunda tabla de salvación, la de G&R: Rajoy, Mariano; Trump; Espe (...), bueno, y todos esos... De nuevo hicieron negro mutis de Winsor and Newton por el foro y la ONCE, samaritana, volvió a conseguirlo: otra vez otorgó marchamo de utilidad pública a nuestro trabajo y de nuevo nos puso en la senda creativa de positivas viñetas cómplices, limpias de polvo y paja, transitando por la normalidad de la diferencia, trazos de humor cómplice con aquellas y aquellos sordociegos que, a diferencia de mi discapacitada silla ergonómica, día tras día tachan mentalmente “dis” de su categórica y singular capacidad, con ejemplar coraje. Gracias.
Julio Rey
“El trabajo más bonito que hay”, por Javier Gutiérrez Sánchez
¿Qué hace un ingeniero agrónomo como mediador de personas sordociegas?
He tenido que contestar tantas veces a esta pregunta, que la respuesta me sale de carrerilla. Nunca pensé que aquel comentario que me realizó mi hermano, prácticamente en broma, cambiaría mi vida profesional. Me dijo que necesitaban una persona para hacer apoyos en el colegio de la ONCE en Madrid para trabajar con niños sordociegos los fines de semana. Yo hasta entonces sólo le había oído hablar de personas sordociegas, pero no me podía hacer una idea de todo lo que rodea a este mundo.
Desde entonces fui compatibilizando mis estudios de Ingeniero Agrónomo con estos apoyos de fin de semana. Luego, alguna sustitución por la baja de algún compañero y así durante varios años. Esto me permitió ir formándome, conocer las necesidades de las personas sordociegas, cómo trabajar dentro del aula, cómo mejorar todas las habilidades de la vida diaria... toda una experiencia que ahora, como coordinador técnico de la Fundación ONCE para la Atención a Personas con Sordoceguera (FOAPS), me gustaría que tuvieran los mediadores que empiezan.
En ese tiempo compaginaba mis estudios con estas colaboraciones hasta que surgió la oportunidad de trabajar como mediador de personas sordociegas para Asocide. Una oportunidad para aplicar todo lo que había aprendido pero ahora en otro centro (Pilar Gómez me acabó convenciendo y se lo agradezco).
El trabajo como mediador surgió porque terminaban su etapa educativa en el Colegio de la ONCE cinco niños sordociegos que continuaban su formación en un centro en Ávila. Yo conocía a estos niños porque había trabajado con ellos, tanto en la residencia, como en las aulas. El reto era grande: salir de trabajar en una situación casi idílica en el centro a pasar a la realidad cotidiana de otro lugar. El inicio fue duro: pasamos de un trabajo con una ratio adecuada para poder trabajar con los chicos, con personal formado y donde todo el mundo que trabajaba con los niños conocía lengua de signos, a un centro donde estaba todo por hacer. Tuve que organizar por completo un aula para ellos con calendarios de anticipación, materiales, fichas, actividades, enseñar a todo el personal a comunicarse con los niños sordociegos, mostrarles los desplazamientos, trabajar con los profesores y cuidadores... El trabajo no tenía fin, incluso cuando terminaba la jornada laboral me encontraba frente a la tele recortando, pegando, montando; recogía todos los materiales que encontraba para poder aprovecharlos y adaptarlos, y hasta el maletero de mi coche pasó a ser un almacén.
Y sin embargo, esta etapa me ayudó mucho a desarrollar la creatividad a la hora de preparar materiales adaptados para trabajar con personas sordociegas, ya que hay muy pocas cosas adaptadas. Durante estos años, trabajé cuatro días en Ávila y uno en el centro de Madrid, para mantener la coordinación y seguir aprendiendo con mis compañeros, intercambiando experiencias. De ahí surgió la iniciativa de crear un grupo de ocio para luchar contra el aislamiento de las personas sordociegas, que se agrava aún más si tienen discapacidad intelectual.
El aula en el centro de Ávila comenzó a rodar con mucho esfuerzo. Poco a poco empecé a trabajar con otros usuarios, no sólo los chicos y abrimos nuestra colaboración y trabajo cotidiano a centros de educación especial, colegios, institutos, universidades, residencias, centros de día, centros ocupacionales, domicilios... Pasaron varios años y los mediadores de Asocide pasamos a formar parte de FOAPS. Otros pocos años después me ofrecieron la oportunidad de asumir la coordinación técnica de FOAPS. Y aquí estoy, echando mucho de menos la intervención directa, pero ayudando en la medida de lo posible a los mediadores y a las personas sordociegas.
El trabajo como mediador no se aprende en la escuela de mediadores, porque no la hay. Nuestro trabajo se aprende con la experiencia, la formación constante, la puesta en común con el resto de mediadores, y algo que repito muchas veces: ofreciendo a la persona sordociega lo que nos gustaría que nos facilitaran a nosotros si fuésemos sordociegos.
Y aquí estoy, todavía contestando muchas veces ¿Qué hace un ingeniero agrónomo como coordinador técnico de FOAPS? Es fácil: trabajar con personas sordociegas es el trabajo más bonito que hay.