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El sentido de la paternidad

Un padre ciego, otro con discapacidad visual grave y la madre de una niña ciega saltan a diario las barreras de los prejuicios y las limitaciones presupuestas. Todas las familias del mundo quieren lo mejor para los más pequeños de la casa. La discapacidad, la de los padres o la de los hijos, no cambia para nada esta premisa que se celebra en el Día del Padre, 19 de marzo, en todos los hogares con un reconocimiento a quienes entregan su vida para cuidar a los hijos. Padres y madres, responsables de una vida plena y en igualdad, sin barreras y sin limitaciones, para un aprendizaje que puede llegar a encontrar en la discapacidad una oportunidad de madurez, adaptación y cooperación.
 
Ceferino Jorge, ciego total, padre de dos jóvenes, Lucía de 24 y Ceferino de 29 años de edad, y Sergio Sáez, persona con discapacidad visual con dos mellizas, Martina y Miranda, de cinco años, siempre tuvieron claro que querían tener hijos, a pesar de que se podían enfrentar a multitud de inconvenientes. Por ejemplo, en el caso de Jorge, que sus hijos podían heredar, como finalmente ocurrió, su glaucoma genético, o, en el de Sáez, que sabía que, a causa de su diabetes terminará perdiendo la vista. Para el último, esta circunstancia se convirtió en un acicate por la que acelerar su decisión de tener descendencia y disfrutar de ello.
 
Ninguno de los dos sintió cuestionada su capacidad para afrontar todas las funciones que se derivan de la paternidad. Por el contrario, ambos hombres se ocuparon, desde el primer momento, de dar biberones, cambiar, bañar y atender las enfermedades de los niños. Jorge tuvo que llevarse a su hijo recién nacido a Madrid para que le pusieran un tratamiento adecuado para su glaucoma mientras su mujer se recuperaba de la cesárea y Sáez, por su parte, se encargó de las labores del hogar y de la crianza de sus hijas durante los primeros cuatro años porque, justo en ese tiempo, recibió la incapacidad laboral.
 

Hijos orgullosos de sus padres con discapacidad

Tanto Ceferino Jorge como Sergio Sáez creen que sus hijos se sienten orgullosos de tener padres con discapacidad. Jorge recuerda como, cuando Ceferino y Lucía eran pequeños, les llevaba de la mano al colegio y Sáez cuenta que Martina y Miranda presumen de que trabaja en una oficina para ayudar a otros ciegos, además de que le advierten de los escalones y le muestran la cara de los perros siempre que pasean por la calle.
 
Los dos protagonistas coinciden en que tener padres con discapacidad visual ha hecho madurar antes a sus vástagos por como tratan al resto de las personas y por el compromiso social que tienen desde niños. Esta característica también la comparte la hermana pequeña de Marina Camacho. Ella, por su edad, no entiende muy bien qué significa que su hermana sea ciega, pero sabe que debe avisarle cuando se acerque a un bordillo y darle la mano cuando pasean juntas. Marina es una niña de 10 años. Su madre, María Muñoz, narra que, debido a una enfermedad durante el embarazo, tuvieron que provocarle el parto. Marina venía con una hermana gemela que no sobrevivió porque ambas criaturas pesaban muy poco y padecían problemas derivados de su nacimiento prematuro. Una de estas dificultades fue la que causó a Marina la ceguera que, desde entonces, la acompaña.
 
María, no obstante, aceptó pronto la situación de su niña y a la semana ya acudió a la ONCE para que la informaran del proceso a seguir. Ella trata a Marina con la mayor naturalidad posible e intenta no sobreprotegerla. Está encantada con su niña porque le transmite mucha alegría y es un motivo por el que sonríe a diario. Cree que un momento crítico podría producirse durante la adolescencia de Marina porque es, a sus ojos, muy vulnerable, pero espera que, para entonces, la chica se relacione, sobre todo, con su grupo de amigos de la ONCE en el que confía mucho. Siempre existe el miedo a que, por ejemplo, salga por la noche y se quede sola, aunque los niños de su colegio nunca permiten que Marina juegue sola en el recreo. Ellos han comprendido que ella no les ve y la buscan en todo momento. Es uno de esos colegios con recreo inclusivo.
 
Ceferino Jorge, Sergio Sáez y María Muñoz reconocen el papel importante de la ONCE a la hora de aceptar la ceguera y la discapacidad social, así como para proporcionarles los apoyos necesarios en cada momento, aunque no los hayan necesitado. La ONCE cuenta con un equipo de expertos que ofrecen ayuda psicológica, de rehabilitación práctica y de atención social para compensar las carencias de cada etapa. María asegura que la ONCE es “fundamental” en la vida de su hija. “La ONCE es el camino de Marina. El camino hacia la integración, hacia todo, hacia su vida laboral, hacia su autonomía. Para mí, la ONCE lo es todo”, declara concluyente.
 
Por su parte, Ceferino y Sergio recomiendan a las personas ciegas o con discapacidad visual lanzarse a la paternidad. “Nosotros somos lo que queremos ser”, esgrime Ceferino. “Si yo he aprendido algo en la ONCE, y al ver a compañeros míos, es que no hay nada imposible”, termina Sergio. 
 

 

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Y todo ello lo hacemos con la garantía de ser la única marca en España con el sello de Juego Responsable, con las certificaciones nacionales e internacionales más severas, y que sólo la ONCE ha alcanzado en el ámbito del juego, un aval más de la integridad de nuestra gestión.

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